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19 de septiembre de 2024
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Más allá de ‘El hombre que fue jueves’: La vida y obra de G.K. Chesterton

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Entre tintas y trazos: La mirada de Ana Marasco

¡Bienvenidos a ‘Entre tintas y trazos’! En esta columna de opinión, Ana Marasco, escritora y dibujante, nos invita a explorar el fascinante universo de la cultura y el entretenimiento.

A través de sus agudas críticas cinematográficas, reseñas literarias y perfiles de destacados creadores, Ana combina el arte de la palabra con la magia del dibujo.

Prepárense para una travesía literaria y visual que promete inspirar, informar y, sobre todo, deleitar a sus lectores. Los dejo con la especialista…

Chesterton fue uno de los escritores más prolíficos del siglo 20

Famoso por su uso de las paradojas, su sentido del humor y sus polémicos debates públicos, Chesterton fue una gran influencia para autores como Jorge Luis Borges, J.R.R Tolkien y Ernest Hemingway.

Su infancia, su formación y el nihilismo

Periodista y escritor de panfletos. Así es como quería ser recordado Gilbert Keith Chesterton, nacido en Londres el 29 de mayo de 1874.

Las instituciones académicas no le despertaban simpatía, y no obtuvo ningún título de grado. Fue durante un tiempo a una escuela de arte, y participó de algunos cursos de literatura. Abandonó ambas cosas, y no conservó muy buenos recuerdos de esa etapa de su juventud, una época que él mismo llamaba su “período de locura”.

El carácter nihilista de 1890 había ensombrecido sus ideas, y lo había vuelto ensimismado. En su autobiografía, reflexiona: “… mis ojos se dirigían hacia mi interior y no hacia afuera; me imagino que aquello dotaba de un estrabismo muy poco atractivo a mi personalidad moral”.

Su egreso del pesimismo al optimismo —una postura rebelde para adoptar en ese tiempo, cuando se consideraba que sufrir era una hazaña del intelecto—, quedó registrada en una de sus novelas más famosas, El hombre que fue jueves.

El sentido de la historia era pintar un cuadro negro del mundo, para luego develar que no era tan oscuro como se lo había creído en un principio.

No me importaba demasiado el pesimista que se quejaba de que lo bueno existiera en una proporción tan pequeña, sino que me enfurecía —al borde del asesinato— el pesimista que preguntaba para qué servía lo bueno

Debates y relaciones

Chesterton fue además un escritor de ficción y ensayos, y debatió en público con las mentes más brillantes de su época, a menudo en teatros donde la gente se congregaba a oírlos.

George Bernard Shaw, ganador del Premio Nobel de Literatura y también del Premio Óscar, fue uno de sus mayores oponentes filosóficos. Estaban en desacuerdo en absolutamente todo. Fueron grandes amigos durante casi treinta y cinco años, y las complejidades de su relación quedaron registradas en las producciones escritas de ambos.

Poco antes de morir, Chesterton escribió: “Me he demorado en este largo duelo a fin de terminar con el correcto saludo al duelista. No es fácil disputar violentamente con un hombre durante veinte años sobre el sexo, el pecado, los sacramentos; sobre cuestiones personales de honor, de los pilares de la existencia más sagrados o delicados, sin irritarse a veces o sentir que el otro lanza golpes bajos o que emplea ingenuidades vergonzosas […] Hace falta estar tan en desacuerdo con él como yo lo estoy para admirarle tanto como le admiro, y estoy aún más orgulloso de él como contendiente que como amigo”.

Era frecuente que sus rivales ideológicos fueran también sus amigos. Chesterton estaba abierto a debatir con quien fuera acerca de cualquier tema, y hubo un solo personaje famoso al que evitó: Aleister Crowley, o La Gran Bestia 666 —un apodo por demás autodescriptivo—, famoso ocultista británico, lo desafió a tener un debate público, y Chesterton se negó.

Habiendo pasado él mismo por una etapa de espiritismo en su juventud, el autor reconocía un riesgo en darle exposición a las ideas de Aleister Crowley.


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Chesterton fue premiado como Doctor Honoris Causa por las universidades de Edimburgo, Dublín y Notre Dame

Conversión religiosa

Su recorrido religioso, al igual que el filosófico, también sufrió unas cuantas transformaciones a lo largo de su vida. Fue bautizado al nacer, pero su familia no era particularmente devota ni religiosa.

Indiferente y escéptico en su juventud, le pasó rozando al espiritismo e incursionó en algunas prácticas esotéricas. Jugaba con su hermano a la ouija y, al respecto, concluyó: “Lo único que puedo decir con total certeza sobre esa fuerza misteriosa e invisible es que miente. Las mentiras pueden ser bromas, señuelos para el alma en peligro u otras muchas cosas, pero, sean lo que sean, no son verdades sobre el otro mundo ni sobre este”.

Luego se convirtió dos veces: primero cuando se casó con Frances Blogg, que fue la razón por la que se pasó del agnosticismo al anglicanismo; y después, a sus cuarenta y ocho años, cuando se hizo católico de Roma, decisión que despertó la polémica entre sus colegas.


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La destacada influencia de su esposa en su obra

Chesterton y su esposa, Frances, estuvieron juntos durante treinta y cinco años. Ella lo acercó al cristianismo y, veinte años después, él la acercó al catolicismo. Ambos fueron escritores, aunque ella mantuvo siempre un perfil más bajo.

Su colaboración fue fundamental para el trabajo literario de Chesterton, y Frances era quien solía llevar adelante las negociaciones con los editores, sus cuentas, y quien contrataba a sus mecanógrafos.

En una carta, Chesterton le escribió: “Estoy convencido de que hay una clase especial de belleza física externa que se tiene cuando se es bueno […] El alma es como una llama que hace que todo el cuerpo sea transparente. Cualquier actriz conseguiría parecerse a Helena de Troya utilizando una barra de labios y un poco de maquillaje, pero ninguna podría parecerse a ti, sin ser una bendición de Dios”.

Chesterton y su esposa, Frances Blogg

Su particular forma de ser

Quienes lo conocieron, caracterizaron a G.K Chesterton como un hombre afable con un cálido sentido del humor. Algo desastroso, según se dice, en el área de la moda. Iba de capa, sombrero arrugado, con un bastón espada y un cigarro.

El mismo despiste que en una ocasión lo llevó a presentarse en público con dos corbatas puestas, alcanzaba también lo geográfico —es decir, que se perdía incluso cuando caminaba por su barrio, perdía el tren con regularidad y tenía que mandarle telegramas a su esposa desde donde estuviera para que le recordara dónde debería estar—.

Su legado y su «despedida»

El 14 de junio de 1936, con sesenta y dos años, Chesterton falleció por una insuficiencia cardíaca en compañía de su esposa, Frances; y Dorothy Collins, la hija adoptiva de ambos, quien se dedicó a administrar su legado literario durante medio siglo, y fue enterrada en la misma tumba que sus padres adoptivos.

Las últimas palabras del autor fueron: «Hola, cariño», a su esposa; y «Hola, querida», a su hija. Para un hombre que usaba constantemente las contradicciones como recurso, resulta interesante que eligiera palabras de saludo para despedirse de las dos mujeres de su vida.

Más que un final, parecía que algo estaba por comenzar para él.

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